Los fanáticos del fútbol esperan con ansias el Mundial Qatar 2022 para ver en acción a los genios Cristiano Ronaldo, Messi, Haaland y Mbappé… y nosotros soñamos celebrar ahí los goles de Lapadula y Paolo Guerrero. Lamentablemente, el torneo está ya manchado de sangre y oprobio.
Para construir los modernos estadios de fútbol y mejorar la infraestructura de las ciudades, los organizadores recurrieron a la mano de obra de inmigrantes, quienes laboran en condiciones infrahumanas: jornadas de casi 20 horas, siete días a la semana y a 50 grados: así han muerto más de 6.500 trabajadores.
Varias organizaciones y ONG consignan además casos de confiscación de pasaportes para que no puedan huir, impago de salarios, hacinamiento en tiempos de COVID-19, bajas condiciones de salubridad, imposibilidad de comunicarse con sus familiares, entre otras, lo cual es considerado una forma de esclavitud laboral moderna.
La Fundación para la Democracia Internacional ratifica su denuncia sobre esclavitud en la construcción de los estadios y exigió la intervención del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, y ha pedido reiteradamente a las asociaciones de fútbol a nivel mundial que tomen cartas en el asunto.
El presidente de la fundación, Guillermo Whpei, denuncia las violaciones de los derechos humanos en Qatar, a donde viajan miles de inmigrantes procedentes de Nepal, India, Pakistán, Bangladesh, Sri Lanka, Filipinas y Kenia para trabajar en construcciones vinculadas a la Copa del Mundo: carreteras, vías de ferrocarril, estadios, hoteles y centros de convenciones, entre otros.
Amnistía Internacional también intervino en el tema y exige a la intervención de la FIFA, pero parece que sus dirigentes no están dispuestos a poner en riesgo la fiesta del deporte.
Solo se han producido reacciones aisladas. Por ejemplo, las selecciones de Alemania, Holanda y Noruega expresaron su rechazo a la violación de los derechos humanos con camisetas, previo a sus partidos.