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Callao: Dolores Cabero, la viuda de Miguel Grau que se quedó con 8 hijos y no volvió a casarse
Titulares

    Callao: Dolores Cabero, la viuda de Miguel Grau que se quedó con 8 hijos y no volvió a casarse

    Después de la trágica y heroica muerte del almirante Miguel Grau, su viuda Dolores Cabero y Núñez tuvo que enfrentar una vida difícil. Con 35 años de edad y con 8 hijos a cargo, Dolores no volvió a casarse ni a tuvo un nuevo novio por ser viuda del gran héroe peruano.

    Al igual que Miguel Grau, Dolores mantuvo la dignidad hasta el fin de sus días.  Una muestra de su valor fue registrado en un hecho poco conocido y recordado.

    Historiadores peruanos cuentan que la hermana de Dolores estaba casada con Óscar Viel, un comandante chileno de la corbeta Chacabuco, (amigo y compadre de Grau). Cuando le dijeron a Dolores que le ofrecían casa y educación para todos sus hijos en Chile, ella respondió que que no podía aceptar el ofrecimiento, por la dignidad del Perú.

    VIVIÓ EN LA PUNTA, CALLAO

    Tras la muerte de Grau y aún en plena Guerra con Chile, Dolores Cabero prefirió vivir alejada de Lima y se fue a La Punta, en el Callao.

    Durante la ocupación chilena en Lima, Dolores se refugió en Chucuito, en casa del señor Pedro Gallagher, una vivienda de madera donde pagaba cuatro soles mensuales de arrendamiento.

    Allí vivió con sus hijos durante toda la invasión chilena. Cuando termina la invasión, le conceden una pensión y le obsequian una casa. Le llamaban la casa del Consulado, en la calle Mercaderes, en pleno jirón de la Unión en el centro de Lima.

    DOLORES: «MI ESPOSO ERA MUY MODESTO Y DISCRETO»

    Muchos años después del Combate de Angamos, Dolores Cabero fue entrevistada para la revista «Mundial» en su edición del 9 de octubre de 1925.  En ese entonces, la entrevistó el abogado y periodista Edgardo Rebagliati.

    (reproducimos fragmentos de la histórica entrevista)

    ¿CÓMO ERA GRAU ESPOSO Y PADRE?

    -¿Era de buen genio el héroe?, se me ocurre preguntarle a guisa de iniciación conversadora.
    -Un hombre fino como pocos. Dulce, suave, nunca lo vi descomponerse ni poner en la casa la nota grave de su desagrado. Pero, eso sí, en su barco era tremendo. La disciplina había de cumplirse a toda costa.
    -¿En qué época fue su boda?
    -El año 1867. El matrimonio se efectuó en Lima en una casa de la calle de Belén.
    -¿Qué graduación tenía entonces?
    -Era capitán de navío.
    -¿Y usted recuerda sus conversiones íntimas a raíz de la guerra?
    -Él me decía que la causa del Perú no tenía muchas probabilidades de salir triunfante.
    -Cuando salió del Callao a sus extraordinarias y fabulosas correrías por el sur, ¿no le daba a entender el temor de la caída?
    -Él repetía siempre que los pocos buques nuestros no podrían nunca sostener un combate con los blindados chilenos. Del «Huáscar» decía que: “era un insignificante buquecito”.

    -Y sin embargo con esa nave insignificante asombró al mundo con sus proezas.
    -Pero murió en Angamos y se perdió con su muerte y la captura del « Huáscar» la última esperanza nuestra en la marina peruana.
    -Antes de marchar a su último viaje, ¿no dio el Almirante señal de comprender la gravedad del peligro que corría?
    -Miguel sabía que la muerte iba tras de su buque y me acuerdo que antes de su postrera salida del Callao se confesó, arregló todos sus asuntos y me entregó una carta cerrada y tomándome la promesa de abrirla sólo en el caso de que dejara de existir.
    -¿Y esa carta?
    -Como él lo quiso, sólo fue abierta al confirmarse la noticia de su caída en el combate.
    -¿Pudiera mostrarme ese precioso documento?
    -En ella sólo había disposiciones de carácter familiar y poco interesante, por lo mismo, para los extraños.
    -¿Cómo y cuándo supo usted de la muerte del Almirante?
    -La primera noticia la recibí en mi casa de la calle de Lezcano por intermedio de Carlos Elias. Al principio sólo se me dijo que estaba herido y poco después un ayudante del general La Puerta me informó oficialmente en nombre del gobierno de la desaparición de mi esposo.
    -El día de la triste noticia… ¿quiénes estaban a su lado?
    -Mis hijos, mi madre y una hermana de Miguel.
    -¿Recibiría Ud. expresiones de condolencia de muchas partes?
    -Fueron tantas que no podría recordarlas. Venían las tarjetas de pésame de la república y del extranjero. Recibí álbumes, medallas, diversas demostraciones de adhesión a mi duelo.
    -Y de reverenda a la gloria del héroe.
    -Es cierto, porque todos me hablaban de él y de su heroísmo.
    -Cuando lo nombraron Almirante de nuestra pequeña flota ¿se envaneció el bravo marino?
    -Él era muy modesto y más discreto. Jamás quiso poner al tope de su nave la insignia de Almirante, ni aceptó usar el uniforme que le correspondía. Mi madre le obsequió una gorra cuya ornamentación respondía a su rango y él la dejó en Lima.
    Alguien le habló de la conveniencia de enarbolar en el «Huáscar» su insignia pero él rechazó la idea porque juzgaba sin importancia ese detalle y porque le parecía infamante que llegado el caso de hallarse el monitor frente a la escuadra de los blindados chilenos no pudiese empeñar, por su inferioridad, combate igual y victorioso.

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